Ganas. Se necesitan ganas. Para todo en esta vida. Ya sea joder, bailar, salir, entrar, leer, escribir... vivir. Sin ellas nos limitamos a inercias, y éso es casi como estar en coma. O peor. La desgana carece de ritmo, de valor, de pasión, de sublimación. De todo aquello que vale la pena más allá de la alegría.
Y yo no tengo ganas. Ningunas. Ni de escribir aquí, ni de leeros allí. Será este otoño anticipado. O aquel verano sin lazos. Me cuesta volver, ponerle un mínimo de corazón y esfuerzo. Puede ser que no lo necesite ya. Que mi maquinaria esté en otro punto del engranaje. Quizá me haya pasado de vueltas, quizá no haya revolucionado lo suficiente. Es indiferente. Y la indiferencia es otro coma, una defunción por etapas. Aburrido ¿no? Si es que la realidad es lo que tiene, o la reinventas o aburre. Habrá que seguir ese camino, buscar las ganas que no hay aquí.
Ahí. Porque ayer follé a este lado, como no está en los escritos. Un polvo descomunal al que le puse todas las ganas del mundo. Follada brutal y salvaje. Se me fue la vida y detrás la muerte. De hecho se fueron varias veces, me oí resucitar más de tres o cuatro mientras pedía auxilio a un dios en el que no creo. Todavía tengo grietas en la piel y estertores en el coño. Recibí a esa polla conocida como si fuese nueva, y desvirgó en mí orgasmos acumulados. Partimos el sofá nuevo en llamas, y cómo nos quemamos. Nos corrimos en rescoldos desmembrados mientras todo alrededor se volvía ceniza. Inventamos suciedades nuevas. Las patentaremos el uno en el otro hasta la extenuación. Follar. Qué hermosa palabra.
Palabras. Qué hermosas traicioneras. Tan pequeñas. Insignificantes. Tan necesarias. Debo recopilar unas cuantas. Reinventarlas. Escribirlas. Asustarlas. Y yo, sin ganas. Quizá, si sigo follando vuelvan. Si no, ya sabéis donde no estoy.