Mordiste mi cuello. Fue lo primero en lo que te fijaste. Hoy. Y siempre. Siempre te fascinó esa curva hacia mi clavícula pronunciada. Mordiste. Sentí tus dientes, duros, crueles. Luego tus labios, frescos, húmedos, dulces. Cerré los ojos. Cayó la toalla. Casi resbalo. Recién duchada. Me recogieron tus manos. Para empujarme con fuerza a la ducha otra vez. Tus manos, subiendo a mis muñecas. Sujetándolas contra los azulejos todavía con gotas. Tu cabeza, en mi nuca. Con mi pelo todavía con gotas, en tu frente. Tus pies, contra mis pies. Forzando mis tobillos, mis gemelos, mis muslos, en tensión de casi ángulo recto. Tus caderas, firmes, presionando mi piel. No sé donde. No sé como. Arqueaste mi cuerpo hacia abajo. No sé como. Me dejé hacer. No sé como. Esa presión en mis nalgas. No sé como esa polla. No sé como, de repente entró. De pronto estaba dentro. De repente chillé. De pronto tus huevos golpeando mi culo. De repente yo rebotando contra la pared. De pronto tú, llamándome puta. De repente la ducha, que parecía que iba a romperse. Los azulejos, el mundo, el cuarto de baño, mis piernas, mi coño, tu polla. Y nos rompimos. Ambos. En un nuevo grito, conjunto y profundo. Un grito animal. Arañando azulejos, arañando mi corrida, arañando mis cabellos en tu boca, arañando lo más profundo de mi coño porque siempre la has tenido estupendamente gorda. Te dije, para. Y no paraste. Sólo soltaste mis manos para que pudiera acariciarme el pubis, apretarlo, sostenerlo. Parecía que iba a caerse, después de un orgasmo rápido y brutal, todavía con tu polla dentro, con mis jugos dentro, con tus ganas dentro. Mis manos hacia atrás. En tus caderas. Mientras volvías a entrar y salir. pero sin salir nunca del todo. Mientras tus huevos golpeaban una y otra vez, donde más me gusta que golpeen. Mientras te decía hijo de puta. Mientras yo me agachaba más. Mientras tú apretabas mis tetas. A dos manos. Mientras tú apretabas mis tetas. Con una mano. Mientras tú comenzabas a jugar con mi clítoris. Con la otra mano. Me perdí. Juraría que eran una docena de manos. Juraría que era cuarta docena de pollas. Juraría que grité dos docenas de veces. Juraría que juré, perjuré, y me acordé de algún dios y de tus muertos. Me encontré. Volví a correrme. Yo dentro. Y tú sacaste la polla para cubrirme el culo a chorrazos calientes. Lefa. En mi culo. Y yo recién duchada. Recién follada. Recién cubierta de esperma. Entonces me diste la vuelta. Me besaste en la boca. Y diste. Ahora que estás sucia, vas a follarme tú. Ahí sí que me perdí, del todo. Ya es por la tarde, y todavía no me he encontrado.
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