Suave. Y dulce. Me apetece hoy.
Semioscuridad. Frente a la pared. A mi espalda, tu aliento. Unos besos suaves, dulces. En la nuca, En el cuello. En la clavícula. Yemas, y labios. Electricidad estática. Estática yo sin poder, sin atrever a moverme. Se abren mis piernas. Arqueo la espalda, mi cabeza hacia atrás. Susurras algo poderoso. Íntimo. Una clave entre dos. Suspiro. Qué lento. Qué dulce. Qué suave. Como si todo el tiempo del mundo se concentrase en esta habitación sin apenas luz. Contar las horas en piel. Los minutos en pecas. Los segundos en pliegues. Yo me dejo hacer. Inmóvil. Suaves tus manos. Deslizan la tela. Suben mis brazos. Torso al aire. Al aire de tus besos y soplidos. Toda mi espalda es un beso, un susurro, un camino de tu boca que no dice nada. Sólo se permite sentir. Esas manos, desabrochando el vaquero, bajando las perneras. Dejándome en ropa interior. Interior cada caricia. No vas a olvidar ni un centímetro de mí. Suave y dulce mientras lo recorres. Erizo. Mi piel. Mis ganas. Acelero el pulso. Lentitud ordenada, hacia una velocidad sin orden ni concierto. Una hora, y todavía no hemos llegado a la cama. Todo mi cuerpo es una huella digital. La tuya. Soy un camino, una senda, peligrosa, que tomar. Y me tomas, sin tomarme, haciendo que me pierda mientras encuentras novedades, fuera de mí. Suave. Dulce. Me coges. En brazos. Depositándome sobre la colcha. Ya desnuda. Para recorrerme en horizontal. Un poquito más. Otro ratito más. Ni una parte de tu piel, sin rozar todas las partes de mi piel. Dulce y suave. Así. Así me apetece. Y me seguirá apeteciendo. Puede que sea el ciclo, que ultima sus días, y me pone dulce, y suave. Mimosa. Tierna. Me confundo con la colcha. Cierro los ojos. Te permito. Suave. Dulce. Hasta que llegue el calor. De mis durezas saladas. Y las perdones, castigándolas.
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