lunes, 11 de septiembre de 2017

Contramuslo.

Sorprende como se cierra la carne herida ya sin piel. Con una calma tonta. Una calma seca. Una calma que parece haber estado siempre ahí. Entre tus piernas cerradas. Abiertos los ojos que no ven. Abierto el cerrojo del estómago. Cerradas las piernas. Cerrado todo lo demás. Alguien hilvanó el ombligo anoche. Y los cincos sentidos. Sentada. Ni siento ni padezco. Ni lloro por no llorar, ni ganas. Ni piel. Ya lo habíamos dicho. Ni tetas. Ni pubis. Ni clítoris. Ni vello. Vacío redondo, absoluto, espeso. Cerradas las piernas. Tersas las rodillas, frescos los tobillos, no siento los dedos. Todo uñas. Sin suelo que arañar. Que rascar. Reconozco la cama en la que ya no me tumbo. Sólo no duermo. Noche tras noche. Pierna contra pierna. Cerradas. Cerrada yo. Por defunción. Me morí en algún punto del camino. En esa piedra que bien pudiese ser arena, se me cerró la carne. Ya sin piel. Confeti epitelial. Construyendo alguna sombra de mí. Ahí detrás donde no miro. Mientras sigo hacia un delante que no veo. Abiertos los ojos. Cerradas las piernas. Creo que si alguien dice sexo podría llegar a escuchar. Después. El vómito. Cerradas las piernas. Abiertos los ojos. Seco el estómago. Secos los pechos. Seca la raja. Seco el olvido. Y un cuchillo mojado. Clavado en alguna y distintas partes. A piernas cerradas. Ya sin piel. Ya sinmigo. 
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