Acabo de llegar del solarium. Sí, sí, ya sé, pero es que hay bonos regalo que los carga el diablo. Vengo con la piel enardecida y relajada.
Desafiando al frío, actuando como una puta cabra, una cierra la puerta del habitáculo y se desnuda. Se despoja del cómodo texil y se cubre de pelaje de ave, la moneda en la ranura, calcetines en los pies, gafas homologadas en la vista y se introduce el cuerpecito tembloroso en el estruendo del encendido de la cabina.
Se hace la luz y un calor desértico comienza a cubrir la suave piel. De puntillas, el culo en pompa, la barbilla tensa para que los rayos penetren en cada recoveco sin dejar lugar a marcas blanquecinas. Manos arriba y asidas a las barras de seguridad, ojos cerrados evitando cualquier peligro de ceguera secundaria, la boca seca y las axilas sudorosas, los pezones calientes y erguidos apuntando ferreamente hacia el norte. Y ese calor que se va haciendo más denso, cala los poros, te tira del pelo, envuelve tus sentidos... comienza a revolverte el principio del deseo.
Inevitable. Me acaricio. Lamo con los dedos mis pechos, los oprimo, los bendigo, los alimento. No hay tiempo ni ganas para muslos, cintura y nalgas, voy directa al grano y de paso al coño. Se hace jugo entre mi mano, lo pervierto, lo penetro, lo humillo, lo magreo. Maravillosa paja ya de cuclillas en el suelo.
Estalla el orgasmo justo cuando se apaga la luz. Adoro ser tan oportuna.Quedarse a medias no hubiese sido una opción.
Me visto, ultimo la bufanda, y le digo hasta luego al encargado. Responde sin hacerme caso. Claro, somos tantas, no me conoce. Pobre... no sabe que hemos estado a punto de hacernos inolvidables.