miércoles, 5 de febrero de 2014

Al plato



Soy amante de los huevos. Así a bocajarro, tal y como suena.
Adoro a esas dos pelotas gordas que cuelgan por debajo de la polla. Me fascinan. Da igual que el polvo sea de horas o una follada exprés, para ellos siempre tengo tiempo.

Sopesarlos, acariciarlos, oprimirlos entre mis manos, jugar a malabares con el escroto entre mis dedos, es algo apasionante y adictivo. Más que agradable es esa sensación cárnica y maleable que rellena mis manos, un pequeño instante de poder en el que si aprietas demasiado desgracias a tu amante, y si eres demasiado suave te quedas con más ganas.Me pasaría horas tocándolos, comprimiéndolos, exprimiéndolos. Hay quien es de dedos en el culo, o de lengua en el ombligo, lo mío es el juego testicular. 

Honestamente, creo que no se les da la importancia que merecen, y a mí saben muy bien como complacerme, así que los venero ( que no venereo,  una es limpia y recién planchá) y premio con estrujamientos precisamente medidos. Es un buen trato, a mí me encanta, y a ellos ni os cuento. Sobre todo cuando relevo a mis manos y es la boca la que pide guerra. Porque no es cuestión sólo de tacto, si no también de gusto y digestión; y si me gusta palparlos, chuparlos ya es el delirio.

Sentir entre los labios los pliegues escrotales, lamer la intersección que los separa con mimo y desenfreno, chupar el pequeño haciendo el vacío con los carrillos, atragantarte con el grande en un instante de locura caníbal. Son las chuches del manjar del sexo, hasta que nos ponemos a follar. 

Ya entrados en materia ( y entrada también la polla hace un buen rato), cuando el sudor entra en su punto de evaporación, los gritos traspasan los tabiques de pladur, y una comienza a cagarse en la profesión más antigua del mundo y a supliar por todo el santoral... ahí, ahí llega el momento más sublime, gozoso y perfecto para un orgasmo arrasador, cuando los cuerpos pasan a ser perros, jodiendo a cuatro patas contra el mundo, con la cabeza más allá del techo y la polla taldrándote hasta el tuétano.Sí, ahí, en ese cabalgar inconsciente y eterno, donde el coño pierde su fondo, y las caderas se vuelven hierro, llegan esas enormes y jugosas pelotas a rebotar a cien por hora, contra mi culo, contra mis labios, contra mi clítoris dándome un placer inigualable y derritiéndome en el previo del orgasmo. ¿ Cómo no voy a adorarlos?

Y no, ésto no viene a cuento de nada, pero ahora ya sabéis que además de una tía tremendamente maja, no hay otra como yo tocando los huevos.

12 comentarios:

  1. Jajajajaja... esta manera de tocar los huevos es bastante más agradable.
    Un besazo Pommette!!!

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  2. Dando vueltas de aquí para allá me encontré con este lugar... Y este post es el culmen de lo auténtico... Eres muy auténtica Pommette y me gusta tu forma de ver las cosas, altas y claras como debe ser... Con tu permiso te sigo y me llevo tu enlace a mi casa, me gustará seguir leyéndote... jejeje...

    Besinos ;)

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  3. Debe ser adictivo sentirte... buena entrada besos

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  4. Vaya, pensé que desaparecieras en la privacidad, me alegro de ver que no es así y que puedo seguir leyéndote.No darás por hecho demasiado? :P
    Muacks!

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  5. Que maravilla de relato y que poca vergüenza al redactarlo...¡ me encanta! a sus pies mi dama.

    Con su permiso, me quedo por aquí, si desea visitarnos http://salamancahumanaydivina.blogspot.com.es/.

    En cualquier caso, portese bien.

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