domingo, 16 de febrero de 2014

Recuerdo al azar para un domingo.




Me lo follé tantas veces que ya no recuerdo ni su cara. 

Se difuminan borrosos sus rasgos entre tantos otros olvidos sin importancia. Prendidos quedan algunos flecos ondeando en la memoria: el cabello tirando a rubio, atractivo, delgado, sonrisa traviesa, aquello de que era de la capital cerca de la estación de Atocha, pero que estaba en esa ciudad por trabajo de forma temporal, y el apartamento. Un piso alquilado y pequeño de cocina americana y escaso salón, el dormitorio luminoso con cama doble; todo ello en la zona nueva cerca del mar, pero sin poder verlo. El edificio era reciente y los muebles casi a estrenar, del colchón quedó muy poco porque yo siempre estaba dispuesta cuando sonaba el tono de sms del móvil. 

Fue en aquellos tiempos cuando yo comenzaba a descubrir que el sexo ya no tenía nada que ver con el amor, y empecé a sentir aquel disfrute efímero y obsesivo de ser usada. Después de una relación absurda y posesivamente larga, follar sin cadenas en el alma parecía algo de lo más refrescante. 

Me excitaba sobremanera haberlo conocido única y exclusivamente para follar. Internet había abierto una puerta enorme llena de posibilidades. La primera noche hubo copas, risas y besos. No creo que hubiese una segunda, mi cabeza sólo me registra a mí en aquellas tardes de sol veraniego acudiendo con las bragas húmedas hacia  aquel apartamento. Veo su silueta indefinida detrás de mí en aquel espejo, cabalgando  mis muslos cruelmente despacio mientras mi boca roja y sudorosa le pedía más. Veo mi cuerpo esbelto y desnudo encima de su pelvis, atrapando su polla entre mis saltos mientas el sol me calentaba la espalda y las ansias. Nunca era un sólo polvo. Uno no bastaba. Se hacía de  noche saciándonos la polla y el coño, dejando a las sábanas inútiles para siempre. 

Yo me vestía, y ganaba la calle y mi casa sola, hasta el siguiente mensaje de texto, cuando me abandonaba a aquellos pezones erectos que provocaban su politono, y corría en minifalda por el puerto para llegar sin haliento pero con toda el hambre del mundo a su puerta.

Al terminar el verano volvió a Madrid. No volvimos a leernos, ni vernos. Olvidé pronto su nombre y su cara, pero no el apartamento.

19 comentarios:

  1. Jejejejeje... Debieron ser encuentros muy ardientes, seguro que él no se ha olvidado de tu nombre, ni de tu rostro.
    Un besazo Pommette!!!

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    1. Si los encuentros no son ardientes... más vale no repetir.

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  2. Te olvidaste de su cara pero no de él....

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  3. Lo realmente bueno es lo que nunca se olvida.

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  4. La memoria es selectiva, querida ninfa... y como mecanismo de defensa, tiende a recordar lo bueno, que en este caso es el apartamento, sin duda. Me gustaría visitarlo.
    Besos de un fauno con memoria (o no, depende).

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    1. querida ninfa" ... me gusta casi tanto como lo que me llama la dulce Ficticia :)

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    2. ¿Y qué te llamó, que te gusta tanto? Perdona, pero la curiosidad es uno de mis múltiples defectos (salvo en ciertas ocasiones).

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    3. esperaré a ver si se pasa ella por aquí para decirlo

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    4. Très bien! Esperaremos... Y se me ocurren mil formas de "matar" el tiempo mientras...

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    5. ¡Jo! Ha sido tan etérea que no la vi. Tendré que esperar, pues, para morir (a pajas o de risa). De momento no puedo morir sin resolver el misterio del sustantivo feliz.

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  5. Todos los buenos recuerdos quedan grabados en nosotros para siempre... como a fuego...
    Un rostro... un cuerpo... o un apartamento....

    Muchos besinos :)

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  6. "aquel disfrute efimero y obsesivo de ser usada". Bellisimo. Es una pena que no te voy a conocer nunca.
    un abrazo.
    K.

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