jueves, 27 de julio de 2017

Prometo estarte agradecida.

Por ese orgasmo de anoche. Del que tú. No sabes nada. Ni sabrás. Porque no debes saberlo. Aunque por dentro quiera. Como por dentro quise. Parte de ti. Clavándose en mí. Con delicadeza. Con firmeza. Con un ay. Con tu mano en mi frente. Con tu beso en mi nuca. Con miedo en el estómago. Con ganas antiguas. Con un suspiro. Con un por fin. Por fin me gusta. Nerviosa perdida. Sin saber dejarme llevar. Y es que nunca he sabido. Nadie puede llevarme en el baile. Nadie puede llevarme en la cama. Quizá, ahí, sí mi cuerpo. Mi cabeza no. Esta cabeza maldita. Que piensa en mil cuatrocientas cosas. Aunque tenga una polla dentro. El prepucio hasta la laringe. Y un bukake cegando mis ojos. Descentrada. Perdida. En mitad de la cama. Apretando pestañas contra pestañas. Uñas contra colchón. Culo contra huevos. Apretando la mente. Te gusta. Te gusta. Te gusta. Siente. Joder. Siente. Disfruta. Aunque a veces no me gusta. Nada. Y ya no hay ni opción. Sólo al día siguiente. Mi cabeza en la almohada. Mi memoria recorriendo algún cuerpo. Usando. También a mí. Indice en mano. Indice en clítoris. Esa leve presión. Circular. Mil vueltas a la rotonda. Pisando el acelerador. Menos ese segundo. Para meter dentro el puño. Y golpear. Dentro. Los cinco sentidos. Con los cinco dedos. Mientras abro los ojos. Viendo. Que encima de mí. Sólo hay un techo blanco. Inerte. Desolador. Consolador. De mierda. Ya van diez paquetes de pilas este mes. Alcalinas. Y yo tan ácida.
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