martes, 2 de junio de 2020

Inconexiones desde el confinamiento I

Tres picaduras. Tres ronchas. Prominentes y rojas. 
A propósito de nada. 
Pero me devoran los mosquitos por la noche. Me paso las madrugadas zapatilla en mano. Soy manjar. Tengo la piel sumamente fina. Sumamente suave. Sumamente dulce. Sumamente delicada. Y ahora tengo también tres ronchas. Y no de hoy. Ahí están desde el sábado. Y todavía escuecen. Molestan. Y saltan a la vista. Son parte de este fin de semana en el que he tenido casi todo el tiempo la casa libre para mí.
Ha sido refrescante volver a disponer de tiempo y espacio de nuevo. Y volverá a repetirse con asiduidad. Qué gusto. Levantarse. Sola. Desayunar. Sola. Retrasar algunas cosas. Adelantar otras. Cerrar la puerta. Salir. Y saber. Que al volver. Decides tiempo y espacio. Para ti. Sin cortapisas. Hacía tiempo ya. Fue como un ritual. Volver. Nadie. Casi hora de comer. No me apetece. Puedo elegir lugar. Con las puertas abiertas. Cierro la ventana. Hace calor. Pongo el aire acondicionado. Bajito. Tiro de la colcha hacia abajo. Que se ventilen las sábanas. Dejo sólo la bajera. Y la de arriba replegada a los pies. Me voy a la ducha. Me desnudo en el salón. Playeras. Mallas. Camiseta. Top. Calcetines. Bragas. Cojo la toalla. La cuelgo de la barra interior de la ducha. Agua. A presión. Chorro. Agua semicaliente. Cierro los ojos. Pelo húmedo. Cabello mojado. Cuerpo empapado. Tripa premenstrual que avisa. Que  molesta. Pezones erectos. Jabón. Espuma. Sólo uso la esponja de red cuando me exfolio. Paso mi mano con gel. Pies. Tobillos. Gemelos. Muslos. Ingles. Culete. Coñito. Ombligo. Cintura. Torso. Pecho. Brazos. Axilas. Cara. Y ahora el pelo. Champú. Masaje. Y aclarado. Cierro el grifo. Cojo de nuevo la toalla. Y me envuelvo. Salgo. Me seco un poco el pelo con una toalla de mano. Y salgo descalza. Entro en la habitación. Abro el cajón. Ese cajón. Saco dos neceseres. Uno los dejo encima de la cama para después. También cojo auriculares. El cargador del móvil. El móvil. Un paquete de toallitas. Y una botella de agua. Y ahora el tiempo. La casa. Es mía. De forma ilimitada. Y me voy a masturbar. Y voy a tardar un montón. Generalmente tardo mucho. Pero hoy especialmente voy a requerir de un mucho tiempo. Porque lo tengo. Voy a retrasar el orgasmo todo lo que pueda. Quiero disfrutar. Mimarme. Regalarme. Un placer sin prisas. Como una veneración personal. Unas horas de balneario del sexo. Del auto sexo. Voy a olvidarme de la cuarentena. De que no hay posibilidad de nadie más. Por el momento. Y que tengo dos juguetes. Algunos vídeos. Y algunos audios. Y quizá alguna llamada. Para estar un poco más acompañada. Es tiempo de jugar. De tener un detalle conmigo misma. De subirme a las alturas. De provocarme esos mini orgasmos incompletos. Hasta que llegue el estallido final. Creo que hoy elegiré la velocidad número dos. Pero también la vibración número cuatro. Y puede que la siete del botón del vibrador. Dan un gusto especial. Un placer diferente. Incluso gimo distinto. Ojalá me oyese alguien. Me gustaría. Es excitante. Estar sola. Pero no del todo. Complicidad. Un cómplice. Que se excite conmigo. Y disponga de su tiempo. Y de su espacio. Y se olvide también. Por un momento. De esta cuarentena. Y ambos nos dejemos llevar. Quiero oírle jadear. Escuchar como se masturba y goza. El placer ajeno provocado por el propio es de lo más potente del mundo mundial. Meterte dos dedos dentro del coño mientras escuchas como se toca la polla. Imaginar que esa polla son tus dedos. Y el sonido de la vibración del dildo de fondo. Mmmmm. Sexi. Muy sexi. Cómo no mojarse, imaginando, con la toalla todavía alrededor del cuerpo. No voy a quitarla del todo. La subo. Muslos al aire. Ingles al aire. Coño al aire. Palpitaciones al aire. Tengo que tocarme. Tengo que presionar. Ahí. Con el dedo. Con la otra mano cojo el móvil. Había un vídeo que me mandaron guardado en alguna parte. Y un par de audios. Estará aquel chico que... ¿conectado?. Es un momento ansioso. De necesitar algo. Que a lo mejor no está disponible. ¿ Bastará con la imaginación? Y sus tres velocidades. Ha pasado ya media hora. Hacía mucho tiempo. Porque no tenía tiempo. Que no me excitaba tanto. Sólo con mis dedos. Con mis manos. Sin tecnología. Son buenísimas esas pajas. Donde puedes llegar perfectamente al orgasmo como lo hacías de adolescente. Únicamente con tus propios dedos. Pero no. Ésto no ha hecho más que empezar. Y ahora dejo las tetas al aire. Los pezones como escarpias. Como bolas de pin-ball. En ese momento no hay nada más excitante que el propio cuerpo. La propia dureza. La propia humedad. Y tus propios dedos. Viajando por todos esos lugares. El charco de la sábana. Los gemidos en aumento. El sonido de ese audio guarro en el móvil. La polla de látex inerte que todavía no sabes si usarás. A veces ni hace falta. Otras te meterías dos. Y una más pequeña por la parte de atrás. El mundo del punto de no retorno. Del placer ilimitado. Es inexplicable. E infinito. Lo que puedes llegar a sentir. A hacer. A experimentar. A probar. A necesitar. Es sorprendente. Eres una guarra. Sí. Una enorme guarra encima de un charco de flujo propio. Una mujer excitada en una vorágine de una paja brutal. A veces no me queda más remedio que reírme cuando un hombre habla de que ellos son diferentes y tienen más necesidad. O son más no sé qué. O si nosotras no nos masturbamos tanto. O no sé cuanto. Si supieran. Por suerte algunos lo saben. Y comparten. Cómplices. Cómplices secretos. Y no tanto. A veces os echo de menos. Otras absolutamente nada. Hace ya más de un año que no me acuesto con alguien y es... es... No sé, esa veneración que consigo conmigo misma. Ese placer inmenso. Ese trabajo de campo. Porque un hombre que sabe de sexo. Un  hombre muy sexual. Está muy seguro de. Y no investiga. Da por sentado. Éso es mierda. Si yo misma me descubro cada día. Me recorro cada vez. Siempre aprendo. Siempre tengo ganas de aprender. Y ya tengo ganas de alguien que quiera aprender así en compañía. Un cómplice. Es más difícil encontrar un cómplice que el amor. Enamorar se enamora cualquiera que tenga ganas de enamorarse. Pero luego sale mal. Un cómplice. Una conexión sexual brutal. Es más difícil. Sobre todo si exiges en el otro lo que te exiges a ti. Y exigir no está mal. Lo malo es transigir. Porque es la aguja en el pajar. Y los alfileres pinchan. Y mientras. Yo sigo con el vibrador dentro del coño. Y un dedo dentro del culo. Tengo que que ir  mirar al sex-shop aquel, por si les ha llegado el pequeño vibrador doble que vi hace  ya unos meses. Necesito que vibre también el culito. Y la vagina. Mientras vibra el clítoris. Para terminar vibrando yo en  una explosión de colores. Y un grito. Porque grito. Y luego caigo laxa. Exhausta. Y feliz. Sobre el colchón. Y han pasado tres horas y media. Y debería comer algo. Porque estoy un poco mareada. Y luego ya pensar si veo una peli. Escribo algo. Leo un libro. O vuelvo a hacerme una paja. O la dejo para la noche. Y me devoro. Como me devoran los mosquitos. Ellos y yo. Sabemos. Que tengo la piel. Más suave del mundo. Más dulce del mundo. Más sensitiva del mundo. Más sensible del mundo. Más fina del mundo. Más sexi del mundo. Nunca me creen cuando lo cuento. Hasta que llega un cómplice. Y lo nota. Y lo flipa. Y me folla. Me folla de colores. :) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario