miércoles, 23 de octubre de 2013

Quita y pon.








Lástima de invierno. Le había cogido el gusto a moverme desnuda por casa. Después de tantos años renegando de mis curvas, en este final de verano les he cogido un cariño inmenso.

Siempre me ha encantado caminar descalza por la tarima en cuanto llega junio y destierro los calcetines al cajón de abajo. No hay nada como el tacto, y sobre todo el contacto. Y el contraste. Fresquito contra templado, un duelo de temperaturas a ras de piel. 
Este año he dado un paso más allá (no, no he ampliado el salón), y un día de mucho calor mandé los shorts de andar por casa y su top, castigados con los calcetines. Fue impresionante descubrir, que tan sólo eliminando un par de cientos de gramos de tela, de pronto una era inmensamente más ligera.

Y así, las tareas del hogar pasaban volando, los post se escribían casi solos, y el vecino de enfrente lo pasaba bomba cuando me dió por limpiar los cristales. Hasta que una tarde, haciéndome yo la manicura (normal, no la francesa que es una moda espantosa), me sentí incómoda, prieta y poco suelta. Me rasqué, me rasqué y volví a rascarme, hasta que dí con el problema. Eran los tirantes y la goma de sujetador y bragas respectivamente. Desabroché el primero, me bajé las segundas, y los tiré a ambos por la ventana con total regocijo y aplausos del vecino de antes ( es un poco cotilla el pobre).

Fue un instante precioso. Partes de mí misma que volvían a encontrarse. Esas caricias amistosas entre muslos e ingles en el sofá, ese chocar de pechos al descargar el lavavajillas, esa cintura amarrándose al ombligo frente al ordenador, esas nalgas... ( tengo que acordarme de comprar un cojín suavito para la silla del ordenador)

Pura fiesta de pieles, roces y firmezas alborozados. ( creo que aquel día el vecino también hizo una fiesta, entre las cortinas me pareció que tocaba la zambomba)

Con lo feliz que yo vivía, y ha venido a fastidiarlo el calendario compinchado con el termómetro. Hoy casi me da una pájara. Y, oh, triste de mí, he tenido que ponerme un pijama. Me encuentro incómoda. Os escribo casi como si no fuese yo.

Por cierto, ya no tengo vecino. Se ha suicidado. Yo no me enteré, han venido a contármelo, la cosa me pilló subiéndome las bragas.

11 comentarios:

  1. Me haces reír tanto...
    Eres "magnifique", pequeña.

    Muas.

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  2. -¡Pobre diablo! ¿Qué sería lo último en cruzársele por la cabeza antes de saltarse la tapa de los sesos?

    -No sé...¿una bala?

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  3. Al menos se cumplió su último deseo: Tocar la quinta sinfonía con la zambomba.
    Subir la temperatura del termostato puede ser una solución pausible, y poner aislante en puertas y ventanas (quizás el nuevo vecino sea un manitas)
    Jajaja!!
    un saludo

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    1. si es un manitas.... ¡ éso da para otra historia ! :)

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  4. Un vouyerista menos!! jaja gracioso !!

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  5. De alguna manera los que siempre pasamos por aquí, también somos un poco o no tan poco vecinos mirando por una ventana y viendo lo que nos muestras con tus cortinas abiertas hasta donde tu decides... No lo voy a negar. Me gusta mirar ;)
    Un mordisco!!

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  6. Está claro que el vecino padecía de hipertensión de grado 3, y claró está, cascó cascándosela. No sé si eso entraría en lo que llaman "la muerte dulce".

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    1. no murió exactamente así... murió desesperado ante la ausencia de mi piel. pura depresión "postcasco"

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