viernes, 22 de mayo de 2020

Reflexiones desde el confinamiento I

El sexo está sobrevalorado.
El sexo está infravalorado.
Lo mucho aburre. Y lo poco cansa.
Lo mucho cansa. Y lo poco aburre.
Tal como vienen las ganas. 
Se van. 
Todo aquello que deseas. Puede dejar de apetecerte en un segundo. 
Aunque nada está escrito en el sexo. Hay gente que folla mal. O peor. 
Se puede ser sexual hasta infinito y aparcar el sexo. 
Fuera de la urgencia. La perspectiva se hace más nítida. 
Querer lo que se quiere durante la necesidad. No tiene que ser lo que se quiere en realidad.
La paciencia sólo sirve para aquello que necesita de paciencia. Lo otro es otra cosa.
No entender. No significa no comprender. 
Dar la razón. No significa perderla. 
Morirte de ganas. No significa dar la vida a cualquiera. 
Si esperar es desesperar. Esa espera es una mierda. 
Las palabras siempre serán palabras. Valen la misma mierda que la de arriba. 
Aceptar al otro no debe pasar por dejar de aceptarte a ti mismo.
Necesitar follar. No es lo mismo. Que desear follar.
Que necesiten follarte. No es lo mismo. Que deseen follarte. 
El deseo es mi pilar más importante del sexo.
Sin deseo no funciono.
La reciprocidad es el pilar más importante del deseo.
Si no hay deseo. Si no hay reciprocidad. Pero hay sexo. Es una concesión. Las concesiones no suelen salir bien.
No hace falta amor. Ni estar enamorado. Para que el sexo tenga ese componente que hoy se desprecia. Se deprecia. 
Sin entrega. Sólo hay egoísmo.
Con egoísmo. No es sexo. Es transigir. Transigir también es mierda. 
Si te quedas insatisfecha antes de follar. Imagina después. 
No valorar en el sexo lo mismo que la mayoría. No hace tu sexo peor. 
El sexo es maravilloso. Según con quien.
A veces ni contigo.
Porque a veces no basta contigo.
Pero la pereza es absoluta con nadie más.
El sexo es un círculo vicioso. 
Con o sin vicios.
Un beso es el fuego artificial del sexo.
Si el beso no funciona. Si algo funciona después. Es de milagro. Y perecedero.
Tener ganas de masturbarse no es lo mismo que tener ganas de follar.
Tener ganas de follar no implica tener ganas de masturbarse.
Querer el combo completo de tu súmum del sexo no es una utopía. Es una reafirmación. Y un hartazgo. Un stop a transigir. Conceder. Conformarse. 
Una vez me dijeron un grupo de amigas. En realidad me lo dijeron muchas veces. Los hombres son niños. No dan para más. No esperes ni más. Ni menos. Son básicos. Mi marido. Por ejemplo. Cree que un juguete lo sustituye y anula. Así que tardo poco con él. Y luego uso mi juguete. Luego dijo algo así. Como que era capaz de correrse con la mente en pocos minutos. Y que yo no era tan sexual ya que no tenía ese poder. 
Pues vale. 
No quiero niños. Ni básicos. Ni que no den para más. Quizá busco la aguja en el pajar. Pero para qué pincharme con alfileres que me dejan como estaba.
Hace no mucho tiempo. Creía que moriría. Que no soportaría meses sin follar. Y llegó el confinamiento. La cuarentena. Y antes una decisión personal de parar. Tomar aire. Y ver qué cosas valen la pena. Y ni me  he muerto. Ni ha sido más insoportable que los días que lo han sido. Ni ha pasado nada. 
Bueno. Me he hecho algunas pajas. He reabierto el blog. He pensado. He cerrado mil conversaciones de tinder que no iban a ninguna parte. A mí me han cerrado dos. Porque la que no iba a ninguna parte era yo. Nada importante. 
Imporante son otras cosas

Y sí. Sigo considerando el sexo importantísimo. Mucho. Existe una cuota de pasión dentro de mí que es desbordante. En general. Y en la parte sexual. No podía ser diferente. 
Pero la pasión desmedida y volcada en lo erróneo. Duele.

Y en el sexo. Pues no podía ser diferente. 
Y el sexo no duele. O no debe.
A no ser que te guste una polla de veinticinco centímetros metida a bocajarro por el culo. 
Pero esa es otra historia. Y debe ser contada en otra ocasión.

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