sábado, 23 de mayo de 2020

Reflexiones desde el confinamiento II

Fases. 

Da igual que fase marquen. La gente va a seguir haciendo lo que crea pertinente. A unos les atenaza el miedo. Y quieren que los demás vivamos acorde a su miedo. A la mayoría. Se la sopla todo. Y quieren que los demás vivamos las consecuencias de su soplaje. 
A todos hay que entenderlos. Y sin remedio tolerarlos. Porque el ser humano. Al parecer es víctima. De sí mismo.

Estoy cansada. No sé hasta cuando me quedaré en mi propia fase cero. No necesito una terraza abarrotada. No necesito ropa nueva para estrenar. No necesito lo que se supone que he de necesitar. Mi fase vendrá. Cuando pueda pisar la hierba con los pies desnudos. Cuando pueda salir a caminar a la hora que mi organismo me marque. Cuando pueda atravesar un parque todavía cerrado. 
Se me hace complicado. Verle la lógica. A no poder ir hasta el centro dando una vuelta. Pero sí poder llegar allí si es que voy a comprar unos vaqueros. O una barra de labios. Nada que yo necesite. Tengo una afición. Una pasión. Que no he podido hacer en todos estos meses. Porque iba más allá de los kilómetros establecidos. Ni siquiera haciendo deporte. Ahora sí podré ir, si es que voy de tiendas. 
Ayer leía en instagram. Busco nueve amigos para ir a estrenar terrazas. Tengo mono de ir de escaparates y shopping. Y yo con ganas de lago. Césped. Y parques abiertos. Y poder salir. A la hora que me marca mi organismo.

Hoy me duele la cabeza de una forma insoportable. Es un dolor de cabeza que no viene en el vademecum. Porque no es la cabeza quien lo provoca. Me duele cada hueso del cráneo. Como si alguien lo hubiese metido en una prensa. Y al mismo tiempo. Por dentro. Hay un burbujeo. Como si fueran avispas diminutas, en enjambre furioso. Hace que todo vaya borroso. Y más lento. Y duela. Y ese dolor baje por el cuello. Y el cuello a su vez. Tiene otra prensa. Que es como si cortase el riego sanguíneo.  Y duelen los hombros. Y los huesos de las muñecas. Y al llegar a la cintura, he dejado de sentir sensibilidad en mis exremidades inferiores. La garganta es un no parar. Y tengo los labios con pequeños herpes. Más sexi. Más deseable. Imposbible.

Y sin embargo. Ya he perdido la cuenta de las veces que me han propuesto follar. Y sí. Muero por follar en alguna de las fases que están por venir. Sin mascarilla. A ser posible. Con besos. Con polla en la boca. Con risas. Con boca en el coño. Pero me da una pereza terrible. Otra vez. Una conversación que no fluye. Y feeling que no llega. Hay que asumirlo. No sirvo para follar por follar con un desconocido. No sirvo para polvo braga  y hostal. No. A lo mejor soy una inválida sexual. Y yo con tantas ganas. Y tanto furor. Quien sabe.

A lo mejor soy una inválida social. Porque no sirvo para salir corriendo a la normalidad, ni la nueva, ni la vieja. Hace mucho que este mundo no me parece ni medio normal.

No lo sé. Ésto es sólo una página cada vez menos en blanco, donde desparramar los sesos,  de vez en cuando los sexos. Nada de lo expuesto aquí tiene más importancia que el vómito de una borrachera mental. Y después de. El ibuprofeno. El maldito ibuprofeno.

Qué ganas de unas sábanas claras. Frescas. Limpias. Y un sexo sucio. Y un césped recién cortado.  A donde ir el domingo por la mañana, después de pasar todo el fin de semana follando. Seguro que así. No me duele nada. 

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